Desde el último momento
en que disfruté de un beso apasionado
ella pertenece al aire y yo a la tierra.
Ella necesita volar
y yo debo posar los pies en el suelo.
Adiós a las confesadas mariposas
que adornaron su espalda,
al vértigo endiablado
de amarnos sin querer rozar las manos.
Adiós al puedo y no quiero
de nuestros primeros días, ese derroche
exquisito de lucidez ardiente.
Adiós al azul; al del cielo y al de esa casa
que lo albergó todo.
Adiós a los descuidos y la torpeza
de mis pies y mis manos,
a los de mi cabeza.
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