Yo he visto un gran buda sentado en su sillón de la calle del hornija…
Con su panza, su sonrisa amable y los ojos serenos. Con las manos llenas de amabilidad y su pecho lleno de abrazos. Un buda gigante en zapatillas de andar por casa, calzoncillos largos y camiseta de tirantes blanca. Un buda con la mirada en otros horizontes distintos de las delicias de siempre…
Un buda con hablar tranquilo a veces, con pensamientos desconocidos para mí, una tormenta contenida de ternura y abrazos: “¿cuántos millones vales?”
Un hombre fuerte y bueno del que ahora intuyo todo y no conocí nada. Un hombre al que todas sus virtudes y algunos defectos no le cabían dentro, por eso el dios en el que no creía tuvo que hacer otro hombre igual para albergarlo todo.
Un padre que sentía y pensaba cosas maravillosas, un abuelo bueno que leía y leía para desterrar alguna duda importante, supongo. Un hombre al que, de tanto sentir se le acabó el corazón; primero una vez y luego otra, mientras dormía…
Como nos ocurrió a todos un poquito en aquel día.
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