Quemé todas las cartas en agosto.
El miedo, no sé;
quizás la vergüenza.
Los muros tecnológicos
que paralizan a la lengua inquieta.
El breve espacio
en que no cabe una mano ansiosa.
Volver a sonreir.
A querer quedarse en la cama.
O quererse en cada rato.
Buscar un rincón
donde besarse con sed de náufrago,
donde apaciguar el hambre
y el desarraigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario